domingo, 11 de julio de 2010

La madre de todas las tormentas que han caído en territorio neolonés, en algunos puntos alcanzando los 800 milímetros de precipitación; igualitaria, corrosiva del asfalto, impetuosa bajó de la Sierra Madre Occidental, hizo su desfile triunfal por la columna vertebral de la ciudad.

Sábado 26 de junio de 2010: Frente a las costas de Guatemala se forma la depresión tropical llamada Alex, tocando tierra en Belice e internándose en el Golfo de México. Desde ése momento los expertos del clima comenzaban a alertar a la zona noreste de México, y las costas texanas del Golfo de México, se sabía por experiencia del gran impulso que toman las tormentas tropicales en el Golfo.

1989: Después de la tremenda lección del Huracán Gilberto, las obras de reconstrucción y de nivelación del terreno del lecho del río Santa Catarina, contemplaron no la retirada de todo el exceso de piedra y lodo que se acumuló, sino que se dejó todo este material. O sea, no hubo un trabajo de ingeniería hidráulica serio, sino una negligencia brutal con el fin de no desenterrar los muertos que seguramente el huracán causó. Durante 22 años se nos olvidó que el nivel del lecho del río Santa Catarina no correspondía con el de antes del gilbertazo, y que con el solo canal de estiaje se podría manejar una creciente de agua.

Y después de la normalización del Santa Catarina, comenzaron los desarrollos deportivos. Las muy democráticas canchas de tierra, fueron paulatina y sistemáticamente privatizadas. Hasta antes de la aparición de la tormenta Alex, se había convertido el lecho del río en un gran parque deportivo.

Martes 29 de junio de 2010: La acumulación de nubes en los alrededores del cerro de la Silla parecía presagiar la lluvia con un rugido de tormenta. Eran nubes de un gris oscuro, las cuales se movían rápido en espiral, como una especie de hoyo negro tratando de engullir todo a su paso. La naturaleza siempre ubica al ser humano en su justa dimensión, una especie de llamado al orden, que pocos contemporáneos pueden observar, quizá como muestra de precaución todos los que nos encontrábamos en las canchas de baloncesto corrimos a nuestras casas, sabiendo en el fondo que no volveríamos a jugar en toda la semana.

Y la lluvia corrió, se acumuló, enjuagó las tristezas de la tierra, y las afrentas a la montaña. Se cobró una a una de las inconsecuencias que el hombre regiomontano edifica para vivir en el estado de progreso, o para ser más unido, o para tener fe, en la infausta idea de asfaltar hasta lo más ridículo. Si en la ideología moderna el cuidado del cuerpo se enfatiza con la frase: Somos lo que comemos; podríamos actualizarla con “Somos lo que edificamos”.

La tormenta Alex, nos recuerda tangencialmente a Tláloc, el dios de la lluvia de la cultura mexica, aquél que fue sacado a empellones de la religiosidad mexicana, aquél que derribaron los conquistadores a base de pandemias y construcciones sincréticas. Los dioses se manifiestan y echan por tierra las imágenes del sincretismo de Tonanzin. Una sabiduría sin precedentes aflora con el paso de la tormenta, se desnuda lo que se encontraba debajo de la vírgen, la piedra, la tierra, el conocimiento de los límites.
Dejando, por un momento, de lado la señal de coherencia que nos brinda la naturaleza los daños causados por Alex son una prueba sensacional para el gobernador Medina, ahora sí se tendrá que sacar lo mejor de sí. Claro, no solamente él, sino que todos los que participamos de esta comunidad incoherente, materialista y pretenciosa; deberemos responder con civilidad a los nuevos condicionantes viales y de desarrollo urbano que tendrán que implementarse.

Las lluvias arrojan la semilla a la tierra, hay que atender al llamado.