viernes, 23 de diciembre de 2011

Estados fuertes, estados débiles




Después de la rebelión de la juventud contra los poderes omnímodos del Estado, en las décadas del sesenta y setenta, donde uno de los principales objetivos, consistía precisamente en la crítica y dislocación del sistema estatal antidemocrático, verticalista, corporativista y, demás características nefastas del sistema; asistimos junto a Joel S. Migdal en su libro Estados débiles, Estados fuertes (FCE, 2011), a la redefinición del Estado contemporáneo, a la sintomatología de Estados fuertes en cuanto a su fuerza burocrática y, débiles, en cuanto al funcionamiento y aprovechamiento de sus capacidades.
Para Migdal existen dos elementos que nos pueden servir para definir al Estado post-moderno, el primero tiene que ver con la imagen que el Estado en cuestión pretenda transmitir hacia dentro o fuera de la organización estatal. La imagen corresponde a la de “una entidad autónoma, integrada y dominante que controla, en un territorio determinado, la creación de reglas, ya sea directamente a través de sus propios organismos o indirectamente permitiendo que otras organizaciones autorizadas ─negocios, familias, clubes y similares─, generen ciertas reglas de alcance limitado”.
Como podemos observar es la clásica caracterización del Estado, donde la eficiencia y eficacia del mismo rara vez se pone en duda, y donde la legitimación de la autoridad estatal luce indemne ante la autoridad erosionada del Estado.
El segundo elemento apuntado por Migdal, quien es profesor de la Universidad de Washington, son las prácticas, es decir, “el desempeño cotidiano de los organismos y actores del Estado”. Las prácticas pueden tanto “reforzar” como “debilitar la imagen del Estado”, “consolidar o neutralizar la noción de las fronteras territoriales y las que existen entre lo público y lo privado”.
Todo lo anterior nos indica que la figura del Estado es una idea que a cada momento histórico se reelabora, se de-construye y se inventa. Una entidad contradictoria, donde está dada la dominación, la cual está ligada a la imagen de totalidad e integridad que deja ver el Estado; y por otro lado, las prácticas en las que se deja ver su congruencia.
Lastimosamente, al valorar a México desde el punto de vista anterior, observamos que el Estado de mexicano tiene una burocracia, la cual superficialmente se observa estable y eficiente, pero que en realidad adolece de múltiples fisuras.
Como observa Migdal, en el ensayo que le da título al libro, el gobierno egipcio durante el gobierno del general Abdul Nasser o el de Hosni Mubarak, los funcionarios medios llegaban a permanecer en sus puestos por más de 15 años. Mientras en el caso mexicano, cada seis años se renuevan los funcionarios de elección y los funcionarios por designación. Esto acarrea un desarraigo en la función de gobernar, sometiendo esta tarea a los vaivenes de la política.
Citando a Hansen (Politics of Mexican Development), la cooptación en la política mexicana, se manifiesta en los jugosos negocios legales e ilegales que realizan los funcionarios sexenales, los cuales les permiten “acumular un capital suficiente para retirarse el resto de su vida”. Tanto el enriquecimiento como las fricciones que dentro del aparato gubernamental se suscitan con la intención de conservar el poder.
En estos tiempos, donde el término “gobernabilidad” está muy en boga, el texto de Joel Migdal, nos dibuja el andamiaje de las perturbaciones del fenómeno estatal, exponiendo como corolario en su tercer capítulo, las relaciones inherentes entre la sociedad civil y el Estado, como una de las llaves para desmadejar el laberinto de la autoridad posmoderna.

Mitos de la naturaleza humana








En las pláticas de café cuando se cuenta algún hecho funesto causado por la mano del hombre, de alguna u otra manera se haya explicación al desaguisado, con la sentencia «es la naturaleza humana». Funge como basamento para explicar la necesaria participación del malévolo concierto del hombre y la, por necesidad, corruptible y corruptora vida del mismo.
Sin embargo, para Marshall Sahlins en La ilusión occidental de la naturaleza humana (FCE, 2011), se devela otro paradigma del ser humano, donde la cooperación y las relaciones de reciprocidad son contrapuestas a la idea agustiniana de que el hombre es lobo del hombre (homo homini lupus), ya sea apoyándose en las ideas de Anaximandro, filósofo presocrático quien plantea la distribución equitativa entre los miembros de una comunidad (isonomía), como condición para la feliz consecución del «orden universal».
Para Sahlins la idea de que el hombre es intrínsecamente malvado y que necesita ser controlado, consiste en un problema cultural, presente en las más variadas civilizaciones humanas, pero más resaltada por la predominante cultura occidental.
El recorrido de Sahlins, quien es profesor de la Universidad de Columbia, inicia con los griegos (Hesiodo, Platón, Aristóteles) mencionando los paradigmas implantados por su pensamiento. De igual modo el influjo que Tucídides tuvo sobre el pensamiento de Thomas Hobbes y John Adams, en su narración de un episodio de la guerra del Peloponeso (la guerra civil en Córcira): “la naturaleza humana, siempre rebelándose contra la ley y ahora convertida en dueña de ésta, con gusto se mostraba presa de la razón ingobernable, sin manifestar respeto a la justicia, y enemiga de toda superioridad”.
Los acontecimientos de Córcira, la sublevación de los habitantes partidario de Esparta, contra el gobierno constituido partidario de Atenas fue interpretado por Hobbes, como una demostración de los fracasos que la democracia podría acarrear, es por ello que se inclinó por la traducción del libro de Tucídides del griego al inglés.
“Si en opinión de John Adams el escape de la anarquía descrito por “el nervioso historiador” (Tucídides) de la antigua Grecia consistía en un sistema auto-regulador de poderes equilibrados, para Thomas Hobbes la solución era un monarca excepcionalmente poderoso que “los mantendría a todos sobrecogidos: es decir contendría de manera coercitiva y juzgaría sobre la inclinación innata de los hombres a obtener beneficios a costa de quien sea”.
John Adams, fue uno de los artífices de la constitución estadunidense, quienes se configuraron mentalmente con la lectura de las antiguas guerras civiles de Grecia y Roma y las terribles consecuencias que la naturaleza humana parecían revelar. De acuerdo a Horace White los Estados Unidos se construyeron sobre la filosofía de Hobbes y la religión de Calvino, es decir, “sobre la suposición de que el estado natural de la humanidad es la guerra y que la mente humana está por naturaleza en conflicto con el bien”.
Señala Sahlins que el importante énfasis en la idea de la naturaleza maliciosa del hombre es cuasa eficiente de los sistemas culturales y políticos predominantes. Y para ello al final del libro anota los diferentes hallazgos de antropólogos sobre las diferentes formas de socialización en comunidades primitivas, así como de la conformación de su psicología individual y comunitaria.
Vaya que un libro como el de Marshall Sahlins toca a fondo muchas de las ideas predominantes no solamente presentes en la política, sino en temas como la dramaturgia y la psiqué hipermoderna.