lunes, 29 de octubre de 2012

La calle Guerrero



Para el héroe del barrio, Zeferino Muzquiz

Hubo incontables días donde salías del café casi a las once de la noche, con  toda esa bola de papeles, libros, sueños e historias, metidas en una mochila; el día consumido en la lectura reclamaba acción, caminatas casi sonámbulas en medio de la noche de cualquier estación del año.
No salías con la apetencia de simplemente tomar el camión en la parada más a la mano, pérdida de tiempo, sin ningún tipo de mérito, el ánimo atizado por el café te impelía subir por la calle Guerrero para encontrarte con el camión que te llevase a tu casa. En ocasiones caminaste el tramo de Juan Ignacio Ramón hasta Arteaga con ligereza, en otras, observando las fachadas de las casas y edificios, ibas reconociendo la ciudad, quizás amándola un poco más por conocerla a fondo.
Pasabas por la placita de la basílica del Roble, a esas horas envuelta en las cobijas y cartones de los vagabundos que la utilizan como dormitorio. La torre iluminada del campanario como recuerdo grandilocuente de aquélla cúpula octagonal que se vino abajo en 1905, de donde se hizo el milagro de que la virgen del Roble saliese intacta.
Al llegar a la calle Washington, la calle del libro era un tumulto de eloteros, quienes iban a reportar la venta del día. Afuera de las librerías, dejaban, para quien quisiera tomar, los libros que ya no tenían ningún valor para los propietarios.
Más adelante te encontrabas con la cúpula estilo neogótico de la llamada Primera Iglesia Bautista de Monterrey, la cual vista desde la contra esquina donde, cuando se podía, comprabas unos hotdogs, te remitía a los relatos en donde se explicaba cómo Benjamin Franklin descubrió la electricidad o las muy frecuentadas experiencias paranormales de los cuentos de Halloween.
La avenida Guerrero hasta cierto punto es triste de noche, circunspecta cuando se pone el sol, en el día es felizmente concurrida: mercado Juárez, panaderías, ferreterías  y dulcerías. Las noches son del Tumbaíto, de la Gaviota, de las chicas que salen de noche para conseguir clientela, de los chicos que van y vienen dejando encargos, de los policías que hacen como que vigilan el buen orden, pero en realidad garantizan el desorden;  de la cerveza que anima las sensaciones, las bajas pasiones y las penas.
La oscuridad de una calle, a pesar de la luz mercurial, animaba el sentimiento paranoico. Ciudado con las personas que vienen en la misma acera, cuidando la mirada propia, vigilando la ajena. Estado de alerta sin ningún sentido, sin consecuencia. Monterrey, la calle/avenida Guerrero, era un lugar donde se podía ir cantando bajo la lluvia, destilando alcohol por los poros, con la mirada perdida, borracho de inocencia.
Más de 30 cuadras de extensión tiene la Vicente Guerrero, ubicua, alberga centros comerciales, prostíbulos, tiendas de ropa, talleres, farmacias, hoteles y varias gasolineras. La economía formal e informal, conviven y se confunden, tal cual sucede a nivel estatal y federal.
Ahora te es difícil pensar en salir como antes y, emprender largas caminatas por la calle que siempre te ha parecido la más representativa de Monterrey. La próxima noche que salgas probablemente lo intentarás y el miedo que te ha venido carcomiendo, abandonará ese sentido de agonía.