miércoles, 6 de julio de 2011

La escritura en México

“En México, tus deseos tienen la fuerza de un sueño”. Eso escribe en su novela Yonqui, William Burroughs. Los artistas extranjeros a mediados del siglo XX, y hoy mismo, siguen encontrándose con un país surrealista hasta la médula. Todo lo que conlleva el existencialismo tiene una patente mexicana con el miedo que se transforma en risa, con el gozo al límite de los sentidos, o también, con la muy mexicana forma en que se han desarrollado nuestros escritores.

Precisamente, al respecto de la historia de los escritores Philippe Ollé-Laprun, desarrolla en México: Visitar el sueño (Centzontle, Fondo de Cultura Económica, 2011, 136 Pags.), una narración sobre las características de la literatura mexicana.

Se podría describir la tarea emprendida por Ollé-Leprun, como un recorrido panorámico por lo más destacado de la literatura mexicana. El periplo empieza con las figuras de Bernal Díaz del Castillo y Bartolomé de las Casas. Uno soldado-escritor, el segundo sacerdote-escritor, escribiendo los azares de la Conquista, los dos con un gran poder desacralizador de las verdades oficiales, las cuales justificaban la crueldad y la explotación de los pueblos originarios del territorio conquistado. Hernán Cortés, el jefe de los conquistadores, también escribe guiado por la observación de los hechos, haciendo gala de una finísima erudición y maquiavelismo. Sin embargo, esta literatura no está hecha para la subversión, sino más bien para halagar al poder, y la religión deja poco espacio para el pensamiento crítico.

Después de la época de los soldados y los curas, vino la de los doctos. La gente que escribe son los que organizan a la sociedad, tanto en el plano administrativo como desde el punto de vista del gusto literario. Éramos una colonia y como tal el talento estaba en otro lado, pero esto cambió cuando apareció en escena Sor Juana Inés de la Cruz, quizá la mayor figura literaria de la colonia en México.

No es extraño que en 1808, José Joaquín Fernández de Lizardi, dé a conocer la novela El periquillo sarniento, la cual es marcada como la primera novela latinoamericana. Lizardi tiene vocación para restablecer la verdad, además de ser un paseo por la cultura de México, conteniendo infinidad de referencias a libros y autores de la época.

En el siglo XIX, notoriamente asistimos al recurso de utilizar la literatura como partera de la nación, así Ignacio Manuel Altamirano, “invita al lector a forjarse un «espíritu americano» distinto al de los europeos y fundado en el desciframiento del paisaje”. Se hace fuerte la idea de que la ciencia nos salvará de nuestro lacrimoso pasado, pero claro conservando la inocencia que les es propia al mexicano religioso.

Marca indisoluble que nos sigue hasta el momento, un hombre de letras es un inmaculado, adorado; y muy respetable, señor y dador de la palabra. En la etapa porfiriana el nutriente del sistema es el científico. Cuando, por necesidad histórica, viene la revolución, la novela queda condicionada a las transformaciones sociales a las que dio pie la antes dicha guerra civil. Martín Luis Guzmán y Mariano Azuela, son los principales exponentes de la novela revolucionaria, tan cerca de los mitos como del poder.

Señala Ollé-Laprune, que en ninguna otra parte del mundo se manifiesta tan abiertamente la relación del poder y el intelectual-escritor. El sistema de las becas y el mecenazgo estatal, confunde los sentidos de la escritura, imprimiéndoles un carácter de mero bálsamo para simular, tanto el Estado como el artista, que se hacen obras literarias de calidad.

Junto al autor oteamos la literatura mexicana, observamos sus desesperanzas y triunfos. Un libro imprescindible para quien comienza la labor escritural, un buen libro de referencia para los que ya montan en la imaginación.