jueves, 19 de junio de 2014

Los dilemas del libre albedrío

Free will it’s a bitch, El abogado del diablo (1997)

I
La diferencia específica entre «consciencia» y «conciencia», no es como suelen afirmar ciertos diccionarios enciclopédicos, donde se toman los dos términos como sinónimos, sin atender los matices pertinentes, ni precisar las connotaciones aplicables. Esto es grave, sobre todo cuando en medio de la fiebre desencadenada de investigaciones sobre el cerebro, que van desde la localización de los principales módulos de actividad cerebral hasta los más recientes hallazgos sobre los procesos psicológicos.
Pues bien, en el libro La consciencia de Adam Zeman (1957), neurobiólogo de la Universidad de Exeter, se precisa que la «consciencia» tiene distintos significados de acuerdo al idioma del que se trate, pero existe un cierto consenso sobre que se trata de un conocimiento de sí. “Estar despierto es una precondición para adquirir conocimientos de toda clase. Una vez despiertos, por lo general adquirimos conocimiento mediante la experiencia”; luego, “el conocimiento que obtenemos es ‘consciente’”.
Por su parte, en inglés contemporáneo se connota a la «conciencia» como algo que “nos recuerda lo que hemos hecho –cuando no deberíamos haberlo hecho- y nos importuna sobre lo que hemos hecho –y que deberíamos haber hecho-“. Lo que viene a decirnos, es que la conciencia es ese Pepe Grillo interno, que nos reprocha nuestros pecados y festeja las buenas acciones.
El libro de Adam Zeman, es un manual de todo lo relativo a la consciencia como sistema de aprehensión del mundo y como integrador del conocimiento del individuo. Lo cual es conseguido a través de un examen exhaustivo del funcionamiento del sistema nervioso, desde los quehaceres de las neuronas y sus redes, hasta sus componentes protagónicos (encéfalo, cerebelo, cuerpo calloso, bulbo raquídeo y muchos más), todos ellos responsables de la percepción, la cual implica toda una serie de procesos bioquímicos. Mecanismos complejos que configuran un sistema increíble, como dice Zeman, “un sistema nerviosos complejo contiene los mismos elementos y realiza las mismas funciones generales que uno sencillo”. Las maravillas de lo micro y lo macro en la biología, los organismos se diferencian solo por pequeños detalles.
“La complejidad del cerebro humano depende de la elaboración interminable de elementos sencillos”, esta sentencia viene a significar lo mismo que la innumerable fauna de bacterias presente en el organismo humano, las cuales le insuflan de equilibrio. El estudio del cerebro ha celebrado hace relativamente poco su primera centuria, sin embargo, todavía se encuentra en pañales, pero lo que queda claro, es el constante consumo de combustible, el equivalente a la energía que consume un foco de 20 vatios; el cual genera desperdicios, que son arrastrados por el torrente sanguíneo que le lleva su abastecimiento de energía; es bañado por el líquido cefalorraquídeo que siempre se está formando, circulando, reingresando a la sangre; toda neurona está enviando material en sus procesos ascendentes o descendentes para alimentar sus extremos, y todas están enviando señales. Una computadora que siempre está regulando la vida del organismo.
El cerebro siempre está despierto, como lo demuestran dos series descubrimientos cruciales. A finales del siglo XIX por Hans Berger, el cual por medio del electroencefalograma aclaró que las actividades del cerebro humano variaban con los “estados de consciencia”. Es el primer atisbo de las frecuencias que emite el cerebro: “los ritmos rápidos ‘beta’ abundan en el cerebro activo, el ritmo ‘alfa’ resuena durante el descanso o relajamiento despiertos, y la actividad más lenta de todas, los ritmos ‘theta’ y ‘delta’, parecen dominar el sueño”. Para 1950, con las investigaciones de Nathaniel Kleitman, se revelaron los vaivenes de los ritmos cerebrales durante el periodo de sueño, así como la sincronía neuronal prevaleciente: “los danzantes ritmos de la consciencia pueden ser más complejos que las lentas ondas del dormir, pero en el centro de ambos se encuentra actividad neuronal concertada”.
La segunda serie, es la observación hecha por Constantin von Economo de una enfermedad llamada encefalitis letárgica, la cual sugirió que el bulbo raquídeo y el diencéfalo deben tener centros que regulan los estados de consciencia, así como el movimiento y el estado de ánimo. Otras investigaciones (Jouvet, Moruzzi y Magoun) han confirmado tales hallazgos, revelando de tal forma que tanto el bulbo raquídeo, el diencéfalo y el tálamo, son puertos de arranque de la consciencia.
Es ahí donde entramos al terreno de las patologías de la consciencia, donde se constata la fragilidad de la misma, como también sin importar lo mágica que puede ser, es algo físico: “en el cerebro se deben satisfacer requerimientos mundanos de oxígeno y glucosa, equilibrio eléctrico, sangre ‘limpia’, y un adecuado sueño, pues de otra manera la consciencia falla”. Por eso cuando existe algún tipo de anomalía o de agentes externos que afectan su funcionamiento (como las drogas), matizan también el contenido de la consciencia.
También se nos presenta la consciencia de los animales, hoy en día es sencillo saber que los chimpancés o los delfines disponen de un nivel de inteligencia que les permite tener conocimiento de su entorno, pero hoy se abre la pesquisa sobre qué pasa con seres vivos como las serpientes, las arañas o los salmones. Pero si la consciencia en los animales genera dudas, la posibilidad de una consciencia incorpórea, donde un ser etéreo insufla vida psicológica dentro de un cuerpo físico, el alma como el sustrato fundamental de la espiritualidad genera dudas en los científicos que poseen evidencias sobre la vulnerabilidad del sistema nervioso.
Los factores endógenos son importantísimos en los contenidos de la consciencia, pero también los factores externos coadyuvan a su funcionamiento, como el ejercido por parte de la luz solar, en constante convivencia con el ritmo circadiano, al propio tiempo que la luz determina la percepción visual, constituyendo el conocimiento del mundo externo y sus fenómenos.
Por otro lado, Zeman, estudia la “habilidad oculta” de la consciencia mejor estudiada: la vista ciega. La cual se presenta en individuos con daños en la corteza visual, quienes pueden hacer una variedad de juicios visuales sobre objetos que ellos afirman poder ver.
Todo lo anterior es el resultado de miles de años de evolución, de donde se han venido identificando teoría que identifican mecanismos y funciones prometedoras para la consciencia. Para Zeman el libre albedrío queda subordinado al funcionamiento bioquímico del cerebro, o sea, el comportamiento y la volición se encuentran subordinados a la dinámica cerebral, dejando poco espacio para cuestiones que se escapen de la estructura neurológica.

II
Muy variadas y enfrentadas disciplinas abordan al cerebro, desde su atalaya reflexionan sobre los diversos patrones por los cuales se toman decisiones, se efectúan acciones o simplemente se realizan operaciones automáticas como caminar o percibir la belleza del paisaje. Desde tiempos de René Descartes, el pensamiento científico se decantó entre los que observaban los fenómenos fisiológicos como una serie de manifestaciones mecánicas y necesarias; y los que pensaban que tales sucesos se producían por fuerzas desconocidas.
Es preciso que gracias al pensamiento determinista-mecanicista, en 1738, el relojero francés Jacques de Vaucanson, de 29 años de edad, exhibió en el Jardín de las Tullerías el que tal vez sea el robot más celebrado de todos los tiempos: un pato de tamaño natural, de pie sobre una elaborada base de madera. Casi por completo estaba cubierto de plumas, lo cual complicaba diferenciarlo de un pato real, éste al ponerlo en funcionamiento levantaba la cabeza, miraba a su alrededor, aleteaba y hasta comía de un platillo de granos, los cuales al ser ingeridos eran procesados en su interior, convirtiéndose en pelotillas que eran evacuadas.
Este paradigma ha inspirado a una multitud de investigadores quienes han emprendido estudios sobre el funcionamiento del cuerpo humano, así como del cerebro, abordándolo desde diversos enfoques. Uno de esas parcelas del conocimiento ha sido la neuroeconomía, la cual se preocupa sobre la existencia de un patrón en la toma de decisiones del cerebro.
Como dice el libro de Paul W. Glimcher (1961), la economía tiene vasos comunicantes con la biología, porque ambas se preocupan por el mantenimiento de la vida, y a su vez éstas, en el caso de la neurociencia o la neuroeconomía, se entrelazan con el discurso neurológico con el fin de explicar las decisiones de los individuos.
Para Glimcher, quien es profesor de la Universidad de Nueva York, de acuerdo a los experimentos llevados a cabo a lo largo del siglo XX en chimpancés, las decisiones en el mundo natural se toman partiendo de una consideración de carácter económico, no se pierde tiempo en el alimento que no reporta el máximo de utilidad.
Para Glimcher el libre albedrío es un ejercicio de probabilidades, que luego dejan su impronta en la consciencia. Construcción que desvela la complejidad de la simpleza de la volición humana. “Se puede emplear un solo cuerpo de teoría matemática para modelar todo tipo de comportamiento humano o animal, un enfoque matemático enraizado en la teoría económica moderna”. Este modelo sirve de puente, como hipótesis que deja en evidencia la conexión entre el cerebro y el comportamiento. Esto no quiere decir que todo pueda ser reducible a los algoritmos del libre albedrío, o a una fórmula que describa la consciencia. Sin embargo, estos algoritmos son una parte de la consciencia, que “empleamos nosotros y tal vez otras especies estrechamente emparentadas para producir un comportamiento”.
Los comportamientos deterministas simples, apunta Glimcher, debemos entenderlos como instrumentos desarrollados por la evolución para lograr objetivos específicos, los cuales se relacionan en el ámbito ecológico con la capacidad evolutiva del organismo. De tal manera las herramientas principales para entender cómo el cerebro produce determinados comportamientos deben ser, para estimar la probabilidad de sucesos inciertos, las técnicas bayesianas, y para estimar el valor de los resultados del comportamiento en términos evolutivos, las teorías de la utilidad.
No obstante, el comportamiento del ser humano o de cualquier ser vivo, puede ser impredecible cuando su sobrevivencia no está garantizada, vivimos en un mundo rigurosamente predecible, al menos aproximadamente.

III
En el llamado siglo del cerebro, las investigaciones sobre el mismo se enfrentan a dilemas significativos, enredados en la vorágine del crecimiento geométrico de los descubrimientos sobre las funciones y propiedades de los diferentes órganos que integran el sistema nervioso central, como también las células y los módulos que hacen posible la percepción y la consciencia.
En Cerebro y Libertad, Roger Bartra (1942) reflexiona sobre las implicaciones sobre la libertad y la moral del determinismo neurocientífico, donde se describen los procesos cerebrales como un devenir puramente químico, divorciado de las redes exocerebrales y las actividades neuronales descritas en Antropología del cerebro, texto del mismo Bartra.
Esto nace a partir de la necesidad de estudiar el cerebro no solamente tomando la perspectiva brindada por los investigadores especializados en la neurología o los filósofos, sino que ha tomado otra dirección gracias a las pesquisas emprendidas por equipos multidisciplinarios.
La polémica inicia en el verano de 1930, cuando Rabindranath Tagore y Albert Einstein, sostuvieron un debate sobre el espacio de libertad presente en el universo, así como que el azar a nivel infinitesimal es una muestra de que la existencia no está determinada; mientras el genio de la física sostenía la causalidad de todos los elementos presentes en el universo, o cuando menos hasta donde alcanza la explicación realizada por la inteligencia humana.
Esto directamente nos lleva a la pregunta sobre si existe el libre albedrío, sobre si las acciones humanas se encuentran supeditadas a lo que neuroquímicamente determinen las circunstancias. Sobre el particular se han pronunciado filósofos tan encumbrados como Baruch Spinoza (1632-1677) quien dijo: «Los hombre se equivocan, en cuanto piensan que son libres; y esta opinión sólo consisten que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas pos las que son determinados», de acuerdo con Daniel Wegner (1948-2013), la idea de la libertad para Spinoza radicaba en que los humanos desconocen las causas de sus acciones.
Sin embargo, Roger Bartra, señala en su texto que el libre albedrío sí es constatable en el comportamiento del ser humano, ya sea desde el punto de vista moral, en las actividades lúdicas o en los ambientes donde la razón se escapa de entre las manos como una presa huidiza.
Menciona Bartra, que al parecer el entorno cultural incierto obliga a los seres humanos a tomar decisiones constantemente, donde al mismo tiempo el mundo simbólico que los incluye les permite la posibilidad de escapar del espacio biológico determinista para entrar en un mundo en que es posible, aunque difícil, elegir libremente. El mundo sociocultural no es un espacio contingente en el que las opciones surgen al azar ante unos humanos azorados que tendrían que tomar decisiones en un espacio no sólo incierto sino incomprensible. Con frecuencia, desde un punto de vista biológico, se interpreta la relación de los humanos con el mundo circundante como un fenómeno de homeostasis (homeo, semejante; stasis, estabilidad) funciona lo mismo en un ser unicelular como la ameba que en un organismo tan complejo como el de los mamíferos superiores. Es una tendencia que mantiene estable el medio ambiente interior de los animales mediante procesos fisiológicos que interactúan con el exterior.
Para el neurólogo Antonio Damasio, la homeostasis es el modelo que explica las actitudes y las acciones propias de las mentes conscientes, las cuales engendran nuevas formas de alcanzar un equilibrio estable en el nivel de los espacios naturales. Así como los desequilibrios en el medio ambiente interno son corregidos gracias a los impulsos homeostáticos, los desequilibrios sociales serían compensados mediante reglas morales  y leyes. Según Damasio, habría una homeostasis sociocultural que funcionaría igual que las amebas. De tal manera la consciencia humana funcionaría como un termostato capaz de regular la temperatura de un ambiente, pero a un nivel mucho más complejo.
Otro modelo buscaría ese mismo equilibrio, acuñado por Uexküll, el Umwelt, tendría la ventaja de explicar la relación del organismo con su entorno simbólico y como un espacio semiótico. Empero su gran desventaja, radica en su rechazo a la idea de la adaptación en nombre de un supuesto equilibrio perfecto entre el animal y su entorno. Mientras que la homeostasis, implica una continua adaptación del organismo a los desequilibrios provocados  por la escasez de alimentos, la falta de agua o los rigores del clima.

IV
A pesar de la rotundidad de las posturas, el libre albedrío sigue siendo un recurso fecundo de inspiración para las filosofías religiosas. Claro que esto no significa la libre voluntad del ser humano, sino la libertad ejercitada bajo los parámetros de la confesión religiosa de la cual se trate.
La libertad de consciencia se ve cuestionada, aun más en el mundo moderno, cuando las condiciones materiales logran cada vez más determinar las acciones individuales y colectivas. Lo anterior se revela con un grado de sutileza que se disfraza de múltiples maneras, ya sea como la actuación de las fuerzas del mercado, las consecuencias de un sistema democrático, como también la lucha contra las ideologías de signo contrario.
Esto ocurre, cuando la explosión de la investigación focalizada en el cerebro, hace posibles intervenciones no invasivas como las practicadas por el científico español Álvaro Pascual Leone. La estimulación magnética transcraneal, como la eléctrica transcraneal, constituye una terapia la cual puede ser utilizada para estimular diversas áreas cerebrales y para mejorar su funcionamiento. Los avances de la terapia cerebral, en un futuro cercano, hará sentir su influencia sobre la consciencia y el libre albedrío, quizás agudizando los dilemas que provoca el determinismo, quizás despejando todas las dudas sobre lo indeterminado en el compartimento del ser humano.
Sin embargo, esto todavía no es parte de las prioridades de la investigación neurológica, la cual todavía se encuentra en la etapa de la focalización de las funciones cerebrales, como también la descripción de las dinámicas modulares que se llevan a cabo al interior del cerebro y la conductibilidad de las redes neuronales que se encuentran en todo el cuerpo humano.
La fascinación que el hombre siente por el gran computador que la naturaleza diseñó (se ha sostenido que el cerebro del homo sapiens, probablemente nunca será superado por alguna computadora diseñada por el hombre), ha motivado la investigación para recrear las funciones cerebrales en los artefactos humanos. Como sostiene Eduard Punset, la ciencia neurológica ha podido simular el funcionamiento cerebral de un pájaro, aunque el ritmo del conocimiento en la materia avanza grandes trancos año tras año.
Es cuando los divulgadores científicos empiezan a soñar con sistemas visuales artificiales, memorias extraíbles del cerebro, sistemas de aprendizaje instantáneo. Pero no se repara en que una ciencia que no responde a las implicaciones éticas de sus avances, puede obrar de manera fraudulenta con su mismo quehacer científico. Sabemos desde hace mucho tiempo que la filosofía de la ciencia se ha quedado atrás en la reflexión de tales problemas que implican los avances cuánticos del conocimiento, es por ello, que es necesario una dinamización de los estudios filosóficos sobre la robótica, la informática y las aplicaciones nanotecnológicas.
No obstante, los dilemas de la consciencia y el libre albedrío se seguirán dejando sentir, si no se realiza una reflexión filosófica profunda, que revolucione el conocimiento en la misma magnitud que el renacimiento lo hizo con la filosofía escolástica.

La consciencia. Un manual de uso, Adam Zeman; trad. de Roberto Reyes-Mazzoni, México: FCE, 2009. 
Decisiones, incertidumbre y el cerebro. La ciencia de la neuroeconomía, Paul W. Glimcher; trad. de Roberto Elier y Alfredo Ocampo, México: FCE, 2009. 
Cerebro y libertad. Ensayo sobre la moral, el juego y el determinismo, Roger Bartra, México: FCE, 2013.

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