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will it’s a bitch, El abogado del diablo (1997)
I
La diferencia específica entre «consciencia» y «conciencia»,
no es como suelen afirmar ciertos diccionarios enciclopédicos, donde se toman
los dos términos como sinónimos, sin atender los matices pertinentes, ni
precisar las connotaciones aplicables. Esto es grave, sobre todo cuando en
medio de la fiebre desencadenada de investigaciones sobre el cerebro, que van
desde la localización de los principales módulos de actividad cerebral hasta
los más recientes hallazgos sobre los procesos psicológicos.
Pues bien, en el libro La consciencia de Adam Zeman (1957), neurobiólogo de la Universidad
de Exeter, se precisa que la «consciencia» tiene distintos significados de
acuerdo al idioma del que se trate, pero existe un cierto consenso sobre que se
trata de un conocimiento de sí. “Estar despierto es una precondición para adquirir
conocimientos de toda clase. Una vez despiertos, por lo general adquirimos
conocimiento mediante la experiencia”; luego, “el conocimiento que obtenemos es
‘consciente’”.
Por su parte, en inglés contemporáneo se connota a
la «conciencia» como algo que “nos recuerda lo que hemos hecho –cuando no
deberíamos haberlo hecho- y nos importuna sobre lo que hemos hecho –y que
deberíamos haber hecho-“. Lo que viene a decirnos, es que la conciencia es ese
Pepe Grillo interno, que nos reprocha nuestros pecados y festeja las buenas
acciones.
El libro de Adam Zeman, es un manual de todo lo
relativo a la consciencia como sistema de aprehensión del mundo y como
integrador del conocimiento del individuo. Lo cual es conseguido a través de un
examen exhaustivo del funcionamiento del sistema nervioso, desde los quehaceres
de las neuronas y sus redes, hasta sus componentes protagónicos (encéfalo,
cerebelo, cuerpo calloso, bulbo raquídeo y muchos más), todos ellos
responsables de la percepción, la cual implica toda una serie de procesos
bioquímicos. Mecanismos complejos que configuran un sistema increíble, como
dice Zeman, “un sistema nerviosos complejo contiene los mismos elementos y realiza
las mismas funciones generales que uno sencillo”. Las maravillas de lo micro y
lo macro en la biología, los organismos se diferencian solo por pequeños
detalles.
“La complejidad del cerebro humano depende de la
elaboración interminable de elementos sencillos”, esta sentencia viene a
significar lo mismo que la innumerable fauna de bacterias presente en el
organismo humano, las cuales le insuflan de equilibrio. El estudio del cerebro
ha celebrado hace relativamente poco su primera centuria, sin embargo, todavía
se encuentra en pañales, pero lo que queda claro, es el constante consumo de
combustible, el equivalente a la energía que consume un foco de 20 vatios; el
cual genera desperdicios, que son arrastrados por el torrente sanguíneo que le
lleva su abastecimiento de energía; es bañado por el líquido cefalorraquídeo
que siempre se está formando, circulando, reingresando a la sangre; toda
neurona está enviando material en sus procesos ascendentes o descendentes para
alimentar sus extremos, y todas están enviando señales. Una computadora que
siempre está regulando la vida del organismo.
El cerebro siempre está despierto, como lo
demuestran dos series descubrimientos cruciales. A finales del siglo XIX por
Hans Berger, el cual por medio del electroencefalograma aclaró que las
actividades del cerebro humano variaban con los “estados de consciencia”. Es el
primer atisbo de las frecuencias que emite el cerebro: “los ritmos rápidos
‘beta’ abundan en el cerebro activo, el ritmo ‘alfa’ resuena durante el
descanso o relajamiento despiertos, y la actividad más lenta de todas, los
ritmos ‘theta’ y ‘delta’, parecen dominar el sueño”. Para 1950, con las
investigaciones de Nathaniel Kleitman, se revelaron los vaivenes de los ritmos
cerebrales durante el periodo de sueño, así como la sincronía neuronal
prevaleciente: “los danzantes ritmos de la consciencia pueden ser más complejos
que las lentas ondas del dormir, pero en el centro de ambos se encuentra
actividad neuronal concertada”.
La segunda serie, es la observación hecha por
Constantin von Economo de una enfermedad llamada encefalitis letárgica, la cual
sugirió que el bulbo raquídeo y el diencéfalo deben tener centros que regulan
los estados de consciencia, así como el movimiento y el estado de ánimo. Otras
investigaciones (Jouvet, Moruzzi y Magoun) han confirmado tales hallazgos,
revelando de tal forma que tanto el bulbo raquídeo, el diencéfalo y el tálamo,
son puertos de arranque de la consciencia.
Es ahí donde entramos al terreno de las patologías
de la consciencia, donde se constata la fragilidad de la misma, como también
sin importar lo mágica que puede ser, es algo físico: “en el cerebro se deben
satisfacer requerimientos mundanos de oxígeno y glucosa, equilibrio eléctrico,
sangre ‘limpia’, y un adecuado sueño, pues de otra manera la consciencia
falla”. Por eso cuando existe algún tipo de anomalía o de agentes externos que
afectan su funcionamiento (como las drogas), matizan también el contenido de la
consciencia.
También se nos presenta la consciencia de los
animales, hoy en día es sencillo saber que los chimpancés o los delfines
disponen de un nivel de inteligencia que les permite tener conocimiento de su
entorno, pero hoy se abre la pesquisa sobre qué pasa con seres vivos como las
serpientes, las arañas o los salmones. Pero si la consciencia en los animales
genera dudas, la posibilidad de una consciencia incorpórea, donde un ser etéreo
insufla vida psicológica dentro de un cuerpo físico, el alma como el sustrato
fundamental de la espiritualidad genera dudas en los científicos que poseen
evidencias sobre la vulnerabilidad del sistema nervioso.
Los factores endógenos son importantísimos en los
contenidos de la consciencia, pero también los factores externos coadyuvan a su
funcionamiento, como el ejercido por parte de la luz solar, en constante
convivencia con el ritmo circadiano, al propio tiempo que la luz determina la
percepción visual, constituyendo el conocimiento del mundo externo y sus
fenómenos.
Por otro lado, Zeman, estudia la “habilidad oculta”
de la consciencia mejor estudiada: la vista ciega. La cual se presenta en
individuos con daños en la corteza visual, quienes pueden hacer una variedad de
juicios visuales sobre objetos que ellos afirman poder ver.
Todo lo anterior es el resultado de miles de años de
evolución, de donde se han venido identificando teoría que identifican
mecanismos y funciones prometedoras para la consciencia. Para Zeman el libre
albedrío queda subordinado al funcionamiento bioquímico del cerebro, o sea, el
comportamiento y la volición se encuentran subordinados a la dinámica cerebral,
dejando poco espacio para cuestiones que se escapen de la estructura
neurológica.
II
Muy variadas y enfrentadas disciplinas abordan al
cerebro, desde su atalaya reflexionan sobre los diversos patrones por los
cuales se toman decisiones, se efectúan acciones o simplemente se realizan
operaciones automáticas como caminar o percibir la belleza del paisaje. Desde
tiempos de René Descartes, el pensamiento científico se decantó entre los que
observaban los fenómenos fisiológicos como una serie de manifestaciones
mecánicas y necesarias; y los que pensaban que tales sucesos se producían por
fuerzas desconocidas.
Es preciso que gracias al pensamiento
determinista-mecanicista, en 1738, el relojero francés Jacques de Vaucanson, de
29 años de edad, exhibió en el Jardín de las Tullerías el que tal vez sea el
robot más celebrado de todos los tiempos: un pato de tamaño natural, de pie
sobre una elaborada base de madera. Casi por completo estaba cubierto de
plumas, lo cual complicaba diferenciarlo de un pato real, éste al ponerlo en
funcionamiento levantaba la cabeza, miraba a su alrededor, aleteaba y hasta
comía de un platillo de granos, los cuales al ser ingeridos eran procesados en
su interior, convirtiéndose en pelotillas que eran evacuadas.
Este paradigma ha inspirado a una multitud de
investigadores quienes han emprendido estudios sobre el funcionamiento del
cuerpo humano, así como del cerebro, abordándolo desde diversos enfoques. Uno
de esas parcelas del conocimiento ha sido la neuroeconomía, la cual se preocupa
sobre la existencia de un patrón en la toma de decisiones del cerebro.
Como dice el libro de Paul W. Glimcher (1961), la
economía tiene vasos comunicantes con la biología, porque ambas se preocupan
por el mantenimiento de la vida, y a su vez éstas, en el caso de la
neurociencia o la neuroeconomía, se entrelazan con el discurso neurológico con
el fin de explicar las decisiones de los individuos.
Para Glimcher, quien es profesor de la Universidad
de Nueva York, de acuerdo a los experimentos llevados a cabo a lo largo del
siglo XX en chimpancés, las decisiones en el mundo natural se toman partiendo
de una consideración de carácter económico, no se pierde tiempo en el alimento
que no reporta el máximo de utilidad.
Para Glimcher el libre albedrío es un ejercicio de
probabilidades, que luego dejan su impronta en la consciencia. Construcción que
desvela la complejidad de la simpleza de la volición humana. “Se puede emplear
un solo cuerpo de teoría matemática para modelar todo tipo de comportamiento
humano o animal, un enfoque matemático enraizado en la teoría económica
moderna”. Este modelo sirve de puente, como hipótesis que deja en evidencia la
conexión entre el cerebro y el comportamiento. Esto no quiere decir que todo
pueda ser reducible a los algoritmos del libre albedrío, o a una fórmula que
describa la consciencia. Sin embargo, estos algoritmos son una parte de la
consciencia, que “empleamos nosotros y tal vez otras especies estrechamente
emparentadas para producir un comportamiento”.
Los comportamientos deterministas simples, apunta
Glimcher, debemos entenderlos como instrumentos desarrollados por la evolución
para lograr objetivos específicos, los cuales se relacionan en el ámbito
ecológico con la capacidad evolutiva del organismo. De tal manera las
herramientas principales para entender cómo el cerebro produce determinados
comportamientos deben ser, para estimar la probabilidad de sucesos inciertos,
las técnicas bayesianas, y para estimar el valor de los resultados del
comportamiento en términos evolutivos, las teorías de la utilidad.
No obstante, el comportamiento del ser humano o de
cualquier ser vivo, puede ser impredecible cuando su sobrevivencia no está
garantizada, vivimos en un mundo rigurosamente predecible, al menos
aproximadamente.
III
En el llamado siglo del cerebro, las investigaciones
sobre el mismo se enfrentan a dilemas significativos, enredados en la vorágine
del crecimiento geométrico de los descubrimientos sobre las funciones y
propiedades de los diferentes órganos que integran el sistema nervioso central,
como también las células y los módulos que hacen posible la percepción y la
consciencia.
En Cerebro y
Libertad, Roger Bartra (1942) reflexiona sobre las implicaciones sobre la
libertad y la moral del determinismo neurocientífico, donde se describen los
procesos cerebrales como un devenir puramente químico, divorciado de las redes
exocerebrales y las actividades neuronales descritas en Antropología del cerebro, texto del mismo Bartra.
Esto nace a partir de la necesidad de estudiar el
cerebro no solamente tomando la perspectiva brindada por los investigadores
especializados en la neurología o los filósofos, sino que ha tomado otra
dirección gracias a las pesquisas emprendidas por equipos multidisciplinarios.
La polémica inicia en el verano de 1930, cuando
Rabindranath Tagore y Albert Einstein, sostuvieron un debate sobre el espacio
de libertad presente en el universo, así como que el azar a nivel infinitesimal
es una muestra de que la existencia no está determinada; mientras el genio de
la física sostenía la causalidad de todos los elementos presentes en el
universo, o cuando menos hasta donde alcanza la explicación realizada por la
inteligencia humana.
Esto directamente nos lleva a la pregunta sobre si
existe el libre albedrío, sobre si las acciones humanas se encuentran
supeditadas a lo que neuroquímicamente determinen las circunstancias. Sobre el
particular se han pronunciado filósofos tan encumbrados como Baruch Spinoza
(1632-1677) quien dijo: «Los hombre se equivocan, en cuanto piensan que son
libres; y esta opinión sólo consisten que son conscientes de sus acciones e
ignorantes de las causas pos las que son determinados», de acuerdo con Daniel
Wegner (1948-2013), la idea de la libertad para Spinoza radicaba en que los
humanos desconocen las causas de sus acciones.
Sin embargo, Roger Bartra, señala en su texto que el
libre albedrío sí es constatable en el comportamiento del ser humano, ya sea
desde el punto de vista moral, en las actividades lúdicas o en los ambientes
donde la razón se escapa de entre las manos como una presa huidiza.
Menciona Bartra, que al parecer el entorno cultural
incierto obliga a los seres humanos a tomar decisiones constantemente, donde al
mismo tiempo el mundo simbólico que los incluye les permite la posibilidad de
escapar del espacio biológico determinista para entrar en un mundo en que es
posible, aunque difícil, elegir libremente. El mundo sociocultural no es un
espacio contingente en el que las opciones surgen al azar ante unos humanos
azorados que tendrían que tomar decisiones en un espacio no sólo incierto sino
incomprensible. Con frecuencia, desde un punto de vista biológico, se
interpreta la relación de los humanos con el mundo circundante como un fenómeno
de homeostasis (homeo, semejante; stasis, estabilidad) funciona lo mismo
en un ser unicelular como la ameba que en un organismo tan complejo como el de
los mamíferos superiores. Es una tendencia que mantiene estable el medio
ambiente interior de los animales mediante procesos fisiológicos que
interactúan con el exterior.
Para el neurólogo Antonio Damasio, la homeostasis es
el modelo que explica las actitudes y las acciones propias de las mentes
conscientes, las cuales engendran nuevas formas de alcanzar un equilibrio
estable en el nivel de los espacios naturales. Así como los desequilibrios en
el medio ambiente interno son corregidos gracias a los impulsos homeostáticos,
los desequilibrios sociales serían compensados mediante reglas morales y leyes. Según Damasio, habría una
homeostasis sociocultural que funcionaría igual que las amebas. De tal manera
la consciencia humana funcionaría como un termostato capaz de regular la
temperatura de un ambiente, pero a un nivel mucho más complejo.
Otro modelo buscaría ese mismo equilibrio, acuñado
por Uexküll, el Umwelt, tendría la
ventaja de explicar la relación del organismo con su entorno simbólico y como
un espacio semiótico. Empero su gran desventaja, radica en su rechazo a la idea
de la adaptación en nombre de un supuesto equilibrio perfecto entre el animal y
su entorno. Mientras que la homeostasis, implica una continua adaptación del
organismo a los desequilibrios provocados
por la escasez de alimentos, la falta de agua o los rigores del clima.
IV
A pesar de la rotundidad de las posturas, el libre
albedrío sigue siendo un recurso fecundo de inspiración para las filosofías
religiosas. Claro que esto no significa la libre voluntad del ser humano, sino
la libertad ejercitada bajo los parámetros de la confesión religiosa de la cual
se trate.
La libertad de consciencia se ve cuestionada, aun
más en el mundo moderno, cuando las condiciones materiales logran cada vez más
determinar las acciones individuales y colectivas. Lo anterior se revela con un
grado de sutileza que se disfraza de múltiples maneras, ya sea como la
actuación de las fuerzas del mercado, las consecuencias de un sistema
democrático, como también la lucha contra las ideologías de signo contrario.
Esto ocurre, cuando la explosión de la investigación
focalizada en el cerebro, hace posibles intervenciones no invasivas como las
practicadas por el científico español Álvaro Pascual Leone. La estimulación
magnética transcraneal, como la eléctrica transcraneal, constituye una terapia
la cual puede ser utilizada para estimular diversas áreas cerebrales y para
mejorar su funcionamiento. Los avances de la terapia cerebral, en un futuro
cercano, hará sentir su influencia sobre la consciencia y el libre albedrío,
quizás agudizando los dilemas que provoca el determinismo, quizás despejando
todas las dudas sobre lo indeterminado en el compartimento del ser humano.
Sin embargo, esto todavía no es parte de las
prioridades de la investigación neurológica, la cual todavía se encuentra en la
etapa de la focalización de las funciones cerebrales, como también la
descripción de las dinámicas modulares que se llevan a cabo al interior del
cerebro y la conductibilidad de las redes neuronales que se encuentran en todo el
cuerpo humano.
La fascinación que el hombre siente por el gran
computador que la naturaleza diseñó (se ha sostenido que el cerebro del homo sapiens, probablemente nunca será
superado por alguna computadora diseñada por el hombre), ha motivado la investigación
para recrear las funciones cerebrales en los artefactos humanos. Como sostiene
Eduard Punset, la ciencia neurológica ha podido simular el funcionamiento
cerebral de un pájaro, aunque el ritmo del conocimiento en la materia avanza
grandes trancos año tras año.
Es cuando los divulgadores científicos empiezan a
soñar con sistemas visuales artificiales, memorias extraíbles del cerebro,
sistemas de aprendizaje instantáneo. Pero no se repara en que una ciencia que
no responde a las implicaciones éticas de sus avances, puede obrar de manera
fraudulenta con su mismo quehacer científico. Sabemos desde hace mucho tiempo
que la filosofía de la ciencia se ha quedado atrás en la reflexión de tales
problemas que implican los avances cuánticos del conocimiento, es por ello, que
es necesario una dinamización de los estudios filosóficos sobre la robótica, la
informática y las aplicaciones nanotecnológicas.
No obstante, los dilemas de la consciencia y el
libre albedrío se seguirán dejando sentir, si no se realiza una reflexión
filosófica profunda, que revolucione el conocimiento en la misma magnitud que
el renacimiento lo hizo con la filosofía escolástica.
La consciencia. Un manual de uso, Adam
Zeman; trad. de Roberto Reyes-Mazzoni, México: FCE, 2009.
Decisiones, incertidumbre y el cerebro.
La ciencia de la neuroeconomía, Paul W. Glimcher; trad. de Roberto Elier y
Alfredo Ocampo, México: FCE, 2009.
Cerebro y libertad. Ensayo sobre la
moral, el juego y el determinismo, Roger Bartra, México: FCE, 2013.
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