El
estudio de la economía en la actualidad implica toda una serie de análisis
matemáticos, estadísticos y econométricos, que muchas veces se desentienden del
carácter humano de esta “ciencia social”. Los modelos económicos han sustituido
a la economía política basada en los clásicos como David Ricardo, Adam Smith o
Karl Marx; sin embargo, como el péndulo cíclico del mito, el interés por la
metaeconomía viene adquiriendo empuje ante el discurso cada vez más desolador
de la economía científica.
Por
ello Thomas Sedláček en su libro Economía
del bien y del mal, se inmersa en las postrimerías civilizatorias para ir
localizando los vestigios de pensamiento económico en textos clásicos como la
Epopeya de Gilgamesh, El Antiguo y Nuevo Testamento, la filosofía de Platón o
Aristóteles, como también los primeros balbuceos del mecanicismo en Descartes,
y las ideas económico-morales de Bernard Mendeville y Adam Smith.
En
el relato mítico babilonio se reconocen preocupaciones similares a las
actuales. La voluntad de Gilgamesh de contar con trabajadores sin voluntad
(robots, palabra derivada de la antigua palabra checa y eslava robota) puede compararse con la
tendencia actual encaminada a considerar el factor mano de obra como un medio y
no un fin. Otra de los temas que mueven a la reflexión consiste en el sentido
profundo de insatisfacción que la condición humana lleva inculcada en su
comportamiento, a pesar de que la civilización actual ha tenido grandes logros
materiales, la ambición nunca decrece, sino se fagocita con mayor intensidad.
A
esto se añade la lección que se puede desprender de la gran amistad que se
forja entre Gilgamesh y Enkidu, contrario a la tendencia moderna donde en los
centros de trabajo no se hace necesaria una relación personal cercana, sino
solamente es suficiente convertirse en miembro de un equipo de trabajo. Para
los hechos pequeños, la camaradería es suficiente, mientras para las grandes
acciones es necesario un gran amor: la amistad. Con el afecto se piensa mejor.
En
otro fragmento, se relata la formación de la ciudad con sus implícitas
consecuencias de división del trabajo y, derivado de ello, la interdependencia
que se gesta entre los habitantes de la misma. Entre menos dependiente de la
naturaleza, el hombre es más dependiente de sus coetáneos, parábola
descriptiva, la cual delinea las conexiones del sistema económico y social.
Ahora
bien, también en el mito babilónico se puede encontrar el principio de “la mano
invisible”, cuando Gilgamesh evita el avance de los salvajes, interviene en la
dinámica natural de los maquinaciones humanas, haciendo patente la manipulación
que el hombre tiene de sus propios artilugios.
Para
los que piensan que Adam Smith fue el acuñador de aquel concepto-piedra angular
del liberalismo económico lassaiz faire-
lassaiz passer es posible atribuírselo con más precisión a Bernard
Mendeville, aquel filósofo moral inglés, quien tuvo la visión de reconocer que
de los vicios privados, podían producirse beneficios públicos.
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