lunes, 20 de septiembre de 2010

Día de fiesta

Lluveante, menesteroso de encapsularme en el brutal manicomio, hilvano en la modorra propia de la merienda, el eco imaginario del tumultuoso barullo. Las once de la noche se puede leer en la pantalla electroplástica; sigiloso, me escabullo para que Irma no repare en mi. Rehago el plan encendiendo el automóvil, la radio, un cigarrillo, el cual me cubre de un manto neblinoso.

Estaciono el coche a varias cuadras del antro, cavilo con chiflidos los ritmos tan próximos, la catarsis después de la quinta cerveza, los sudores afrodisíacos del gentío. Las luces de la mampostería apagadas, el portón donde tantas veces me sostenía etiquetado con la señal de clausura.

¿A dónde ir con tantas horas por venir?

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