domingo, 19 de septiembre de 2010

Historias del bicentenario

Un buen día, apaciblemente navegaba por el facebook, cuando se vino la invitación totalmente inesperada. Actuar como José María Morelos y Pavón, un honor para mí en el terreno de la ficción y lo histórico; un acto de saltimbanqui no premeditado.
Los ensayos de rigor, nada más era necesaria empatar la voz, actitud corporal de héroe en estampita de la miscelánea, saber las entradas, los cuadros dialógicos entre los personajes.
15 de septiembre, Jorge Paz se pinta el cabello para representar a Hidalgo, Carlos Nevárez se ajusta las patillas, Marilú poniéndose la falda debajo de su pantalón a rayas. Me pongo el paliacate, todavía se me traslapan algunas palabras de los diálogos -nunca fui machetero, siempre confiando en la naturalidad del ejercicio de la comprensión-, cuando me quito el reloj-pulsera, empiezo a meterme en la seriedad del personaje.
Claro en el escenario fue diferente, la gravedad se convirtió en complicidad en los dislates, en gallardía artificial, en divertimento de los sentidos. Al final, Allende, el mestizo y Morelos; reflexionaban rumbo a casa de Hidalgo, sobre las precariedades de la vida cultural en Monterrey.


Días antes del día de la celebración bicentenaria, Alonso Lujambio, recomendaba a la población que disfrutara el desfile y el grito desde la comodidad de casita. Como bien apunta Álvaro Cueva, ésa manía del gobierno federal actual de encerrarnos en el hogar dulce hogar, es un tanto repulsiva para un pueblo que gusta del mitote, huateque; y que se configura en la bola, el relajo, el desmadre.
Dicho y hecho muchos se quedaron en casa, muchos más peregrinaron al zócalo de la ciudad de México. Según las encuestas de Ignacio Zavala (el cuñado de Calderón, hermano de Margarita), las encuestas sobre la conmemoración fueron positivas hacia la labor gubernamental. Sin embargo, algo de insatisfacción desfila por el imaginario nacional.

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