miércoles, 31 de diciembre de 2008

Duelos de Dios

Penitente en duermevela
Máscara transponiendo el terreno,
entre la almohada que duerme
y un sendero de sicomoros,
encendidos por la tormenta.
La lámpara al costado del bureau
vigila la búsqueda, que viene y va
entre pies descalzos
en el entreverado de la caverna.
Deslizo la mirada en el oscuro
averno que huele a muerte;
escalinata en espiral
o pendones encrespados;
efluvios de rostros fantasmales.
El techo enredado de madera,
medianoche cayendo en fruto,
al apagar el candil
despiértase la brillante oquedad.
La pantalla apagada
muestra la escena del camino,
silueta tras silueta, estatuaria,
embalsamados los eucaliptos,
aullan bajo el cielo incendiado de agua.
Brazos enraizados en el viento,
ramales rumiando la estepa;
el recurso al bajar los párpados,
usurpación de la vigilia al periplo a Zacatecas.
El alba es un demiurgo devorador,
un dios con túnica blanca,
engañufador entre su envidioso
apostolado; ingenuo en la palabra,
clavo tras clavo,
la lengua paraboliza ensangrentada.
Estertóreamente la caída del agua
sorprende la avenida del sueño,
cueva engabetada
en relojes de arena y seres con anillos
anulares, querellando al viento.
Así ves al viejo inventor,
con falanges cargadas de pintura,
trazo y espacio en el lienzo;
traslación vuelta a la vecindad
del hollín y el rosal en maceta.
La vuelta de la noche,
reclama ángeles de la guarda
orando en el pináculo,
de hinojos ante las falanges
fatídicas, de una colección
de dioses imaginados por los hombres.
Blasfemia
Excrementos sudorosos
danzando por la avenida,
frente al parque reverdecido
en el principio estival.
Monjes vigías cejijuntos,
y el tapiz que el delirio convierte en diván.
Tendido en el verde, donde exangüe
sirvo de comida a la rapiña.
Viernes o domingos atardezco,
bajo columnas leñosas
y el murmullo proveniente
de niños jugando al tíovivo.
Memoria, rehilete puesto en marcha por la agonía,
melancólico retorcimiento por el deseo asesino,
mezo mis cabellos,
cuando comienza la tormenta.
Quedo como estatua de héroe,
con la gloria manchada de güano,
y la estorbosa vida
reclamante de muerte.
Izado, el trapo viejo se mueve,
para que el viento
al menos engendre, virtud,
en algún pedazo de patria.
Libre al menos de los pies, descalzo,
el zacate acaricia las plantas y el viento
reparte sonoras cachetadas
en el follaje de los árboles.
Cruzo las piernas,
y tu cara recorre mis recuerdos,
como una aparición que reclamase el sueño;
es un carcelero distraído,
que deja las llaves de las celdas,
bajo custodia de los reos.
Lluvia mortecina, agrietante
de las vigas de mi alma;
deshabitado amanezco
con los ojos encharcados en lágrimas.
Así pasan los días, con el parque
reverberante de perros tirando sus miasmas,
y padres que tiran el disco,
cuando el azul se nubla.
Lo dices tú o lo han dicho otros:
"el tiempo dirá";
y cuando el tiempo se erosiona
en la lápida de todo lo humano,
y no basten los exordios
tranquilizadores del poeta.
El tiempo lo he medido,
por el paso del viento,
el gesto de la rana,
o el croar de los gatos.
En el ladrido de luciérnaga
y ronroneos de gusanos,
en los gimoteos de cabras
sobre cobertizos anegados.
El sentido de las manecillas del reloj
cuando llega la hora de salida,
el devenir de un término
en los andamios del albañil,
ronda misterioso en el rellano de nuestro tiempo.
Ora por las huellas
de los vástagos del tiempo,
rumiamos depredadores
su caza definitiva.
Ni cadenas ni grilletes,
ni órdenes perentorias
de la paroxística televisión;
tan sólo dios como modelo.

1 comentario:

Marcela Heredia dijo...

Hola Alejandro...

tendre que leerte con calma..